A buena hora descubrí que no puedo leer Clarín, que me indigna. Que el diario que supo estar todos los fines de semana sobre la mesa de mi casa, ahora es el papel predilecto para los asados, la mejor envoltura de huevos, o el novedoso reemplazo del trapo de piso.
Por un lado, es molesto ver que la intencionalidad de sus actos va más allá del horizonte periodístico. Pero por otro lado, es mucho mejor poder ver que la intencionalidad de sus actos va más allá del horizonte periodístico.
Bien lo dijo una colega periodista aquella vez, en aquel programa radial: “Clarín se ocupó tanto de ser partido opositor, que se olvidó de hacer periodismo”.
Y por la profesión que sigo, leo. Y cada vez que leo, me dan ganas de no leer. Pero sigo leyendo, para saber qué cosas leer y cómo leer lo que debo leer.
Por eso, aunque esto parezca un trabalenguas, es el mismo trabalenguas que escucho de muchos colegas, que ya no quieren leer Clarín.
Mi aporte: no comprar el diario, leerlo en un bar o en el trabajo.
El aporte de todos: aprender a leer. A saber leer lo que quieren decir, y lo que no dicen porque no quieren.
De ese modo, al menos vamos a estar seguros de por qué nos molesta tanto leer Clarín.